El Chico, la llave,y el gran cambio
La luz de sol se filtra entre las cortinas, tocando las esquinas del cuarto. La pava empezaba a sonar, y el olor a canela que necesita poner en él té se combina con las sustancias químicas de limpieza en seco y el resultado da un olor distinto. Las taza estan sentadas esperando él té con canela. Las perchas están esperando también. Esperando a que el jefe venga y abra la tienda, ponga dinero en la caja, tire las cortinas, y se queje del té.
El chico se sienta también. Mirando el té, oliendo el olor, esperando que el te este listo para que pueda poner la canela. Mientras esperando ordena las tazas. Hace una fuerte y finge que esta adentro, seguro del jefe y de todas sus quejas.
El chico se pregunta si debería hacer alguna cosa. ¿Que necesitaba hacer? ¿Cuál de sus muchos defectos sería seleccionado por la batalla del este día? ¿De dónde tenía que sacar sus fuerzas para defenderse del ataque que sabía iba a venir? ¿Debería trabajar en la montaña de vestidos que necesitan ser planchados, barrer el piso sucio, esconder la pila de folletos que aún no se han entregado? O, posiblemente el jefe solo gritaría por el te débil y la falta de dinero en la caja.
Sacó la llave y la examinó. La levantó y la miró a través de agujero pequeño imaginando que era una mira de un arma apuntando a la cabeza del jefe cuando atraviese la puerta. La luz del sol refleja la llave y él recuerda que ya necesita abrir las cortinas. La pava comienza a silbar. El jefe va a llegar pronto.
En ese momento la puerta se abre. El jefe está examinando su correo con una expresión de disgusto en su rostro. Sin mirar al niño él gritó
“Davey, Davey porque las cortinas están cerradas?”
“iba a abrirlas.”
“Apenas, apenas. Tu estas siempre apenas hacer todos. En un momento vas a estar en su trasero.”
El jefe va a la caja y jala un fajo de billetes de su bolsillo. El chico imagina de agarrando el dinero y corriendo afuera la puerta. El jefe es gordo y nunca podré atraparlo. Entonces tendría que cambiar las cerraduras. Eso que le enseñaría una lección.
“Hago té”.
“Maravilloso, has té. Yo hace agua. ¿Quieres verlo?”
“Que?”
“Olvidalo, pusiste la canela al dentro?”
“Si.”
“OK, aquí esta cinco, va a conseguirlos algunos rollos, y no los con queso al dentro. ¿Comprendes?”
Él caminaba en las calles. La gente del barrio estaba con sus amigos. La mujer con el pelo rubio sonreía cuando pasaba. Eso pasó tres días seguidos. En la pastelería recordó que el jefe le había dicho, sin queso, pero no podía recordar las palabras que usó para referirse al que él quería. Le gustaban los rollos rellenos, pero no conocía la palabra para decir lo que él quería que hubiera adentro. Si regresaba con sencillos el jefe se enojaría enojado.
El hombre atrás del mostrador se parece al jefe, la misma mirada en su cara, vacía, no como su gente.
“¿Qué quieres niño?”
“Rollos, con algo adentro.
“Sí, buena suerte, porque eso es que vendo. ¿Qué te gusta al dentro?”
“No sé.”
“¿Perfecto, quieres que advine? ¿Queso?”
“No, no queso.”
“Jalea?”
“Sí, jalea, quiero jalea adentro.”
El chico estaba tan feliz. Tenía los rollos, eran del tipo que al jefe le gustaba. No va a gritarle hoy.
La calle era como oro y brillaba mientras que regresaba a la tienda. A él le encantaba ver la nube cuando exhalaba . Había pequeños trozos de hielo en la nube. Quería estar sobre uno de los trozos, y montar en el aire para encontrarse con su mamá y hermanita. Ellos volarían a su casa. Pero por supuesto el hielo se derretiría. ¿Y entonces, dónde irían?
Cuando regresé el jefe estaba hablando con Mustafa en una lengua rara. El hablaba muchas lenguas, pero no la del chico. Él l no quería que el jefe hablara su lengua. Eso no lo puede tener. El jefe no habla bien las otras lenguas. Iba y venía de una lengua a la otra, y otras veces hablaba un poco en su legua madre, el francés.
Mustafa estaba allá para reparar una cremallera en un par de pantalones. Mustafa viene a la tienda, pero generalmente solo para intercambiar insultos con el jefe. El chico pudo ver que Mustafa ya no seguía las costumbres de su cultura. La gente de la ciudad ha hecho algo para hacerle olvidar. El chico se preguntaba cómo se hacía eso. Algunas veces imaginaba que los edificios que veía en su camino al trabajo estaban llenos de máquinas que se usaban para cambiar gente como él.
Mustafa estaba sentado al frente de la tienda. +Él y el jefe bebía su té. No se dieron cuenta que el chico había puesto los rollos sobre un plato. El chico sabía que no debía tomar un rollo hasta que los hombres habían tenido los suyo , pero él tenía mucha hambre. Esperaba que dejaran de hablar pronto.
El jefe miro los rollos brevemente, y luego continuó hablando. “La gente en esta ciudad son una mierda. No saben nada más que mierda, con sus drogas y su aguardiente. ¿Ves las chicas en la calle? Cualquiera de ellas puede matarte con la mierda en sus sangre. Sabes eso, Mustafa? Pagas a esas chicas cada noche, y un día vas a estar muerto con esa mierda.”
Mustafa no estaba preocupado, “No sabes nada de lo que dices. Esas chicas están controladas por la policía. Ellas están limpias, cada una. Si visitas esas chicas debes llevar algo. No hay nada de SIDA en Amsterdam, puedes contar con eso.”
Un hombre gordo entró. Su cara tenía pequeñas líneas moradas como las venas de una hoja. Al chico le gustó la forma en que se veían estas personas, muy chistosas, como un cómic. Pero, claro, un libro se puede cerrar. El hombre llevaba un paquete grande de tela dorada. Dejó caer el paquete sobre el mostrador e hizo un ruido con la garganta como la gente de Amsterdam hace. Él fue un holandés de verdad, no como el jefe, que en realidad no era nada. No tenía un lugar. El hombre holandés hablaba despacio para que el jefe entendiera. El chico sabía que él no necesitaba hacerlo, pero el jefe no se lo haría saber. El jefe era como una serpiente, no regalaba nada a los extraños. El chico también conocía este truco. Pronto lo usaría contra el jefe. Pronto, pero todavía no.
La tela dorada eran las cortinas del restaurante del hombre gordo. El chico conocía esas cortinas. Las veía cada mañana antes de abrir la tienda. No eran bellas, no eran como esa parte de la ciudad. Pero había algo de la tela, porque él las había reconocido inmediatamente cuando el gordo dijo quien era. Familiar. Eso es lo que eran. Las cortinas eran familiares. Un pedacito de algo que estaba construyendo en ese lugar para poco a poco aprender llamar su casa.
El hombre dijo que era importante que las cortinas estuvieran limpias en seco y en su restaurante esa misma tarde. El jefe hablaba con su mejor holandés. El chico, claro, no podía comprender lo que decían, pero ellos hablaban por un tiempo largo. Finalmente llegaron a un acuerdo del precio y hora para entregarlos.
Después de que el hombre salió el jefe y Mustafa charlaron por un rato en la lengua de Mustafa. A el chico le gustaba mucho el sonido de esa lengua, especialmente cuando Mustafa hablaba. Sonaba algo así la lengua de su propria gente. Al cabo de unos minutos el jefe le dijo “Estas malditas cosas nunca entraran en mi máquina, este gordo cerdo holandés cree que puede venir aquí y decirme cuando tengo que terminar sus cortinas. Me voy a follar. Yo follare bien y él ni siquiera lo sabrá. Davey, quítalas y lava las en la lavandería.”
El chico estaba conmocionado. No debería haberlo estado. Claro encajaba con todo lo demás que sabia sobre el jefe. Tenía mucho sentido. Era una orden para el jefe, siempre era la misma, sin embargo, cuando esto sucedía, le parecía algo chocante. Era una visión tan clara de otro mundo, de la enfermedad mental del jefe. No había razón para no poner las cortinas en la máquina para limpiar en seco. No era cierto que fueran demasiado grandes, limpiaban cargas más grandes a menudo. El jefe simplemente no podía soportar a este holandés, había algo en él que lo había golpeado mal, tal vez la forma en que hablaba, tal vez su ropa. En realidad, podía haber sido cualquier cosa. Pero ahora el jefe había tomado una decisión, no había nada que el chico pudiera hacer. Él lo sabía.
Se quedo mirando como las cortinas daban vueltas y vueltas en la gran máquina. Pensaba en todo, como había llegado a la ciudad. No podía recordar mucho de su proprio país, solo el cielo, y los sonidos de las mañanas, estando al lado del rio con los pájaros en los árboles. Eso era todo lo que tenía ahora. Esta vida, esta gente, se lo estaban quitando todo. Esas cortinas, no eran nada comparado con lo que la ciudad le estaba haciendo a él, y a su mama y hermanita. ¿Y qué va a pasar con su hermanita? ¿Todo eso va a pasarle a ella también? No, no a ella.
En ese momento recordó la llave. Tenía la llave de la tienda, eso era muy importante. No iba a regresar. Podía dejarlo todo, el jefe nunca lo encontraría. Dejaría allí las cortinas, y guardaría la llave, eso enfurecería al jefe. Por la mañana. tendría que abrir las puertas, y hacer él te con canela el mismo. Necesitaría conseguir nuevas cerraduras y llaves. Estaría tan enojado. Pero el chico, Rahool Mehanara, no haría más esto. No tomaría esas cortinas ni vería al jefe cobrar una tarifa por hacer maldades.
Él salió la lavandería y caminó en la dirección opuesta a la tienda. No sabía exactamente adonde ir. No quería perderse, pero conocía bien la ciudad y tenía un plan. Siguió la línea del tren fuera de la ciudad. Su mamá no le esperaba en casa hasta la tarde. En inverno hace mucho frio, pero si encontrara un rio sería cálido como su casa.
La ciudad se desvaneció mientras caminaba por las vías del tren. Cada pocos minutos podía sentir el retumbar de la carril, y se haría a un lado hasta que la máquina grande pasara. Podría ver gente al dentro, comiendo y bebiendo te. Se parecían a la ciudad, esas máquinas llevaban unos pedazos pequeños de la ciudad por todo el mundo, eso era parte de su plan. Ellos querían distribuirlo por todo el mundo. Esperaba poder encontrar un río, quería ir a un río para oír los pájaros, quería su propia casa.
Después de caminar un largo rato comenzó a salir de la ciudad. Encontró el río como sabía que lo haría. Abandonó la via del tren y caminó hasta la costa. Pensaba en su papá. Casi podía verlo allá a su lado. El río no era como él esperaba que fuera. Las plantas eran diferentes, y también los pájaros, pero era algo que a él le gustó. Era un río.
Se quedó allí pensativo. Había mucho en qué pensar, y él era solo un niño. ¿Qué le harían? No tomaría sus panecillos y té por la mañana. No quería los pocos florines que le daba el jefe cuando se le ocurría. Su madre los necesitaba, necesitaba todo lo que pudiera conseguir. Pero ahora no podía volver atrás. No dejaría que eso le pasara a él, no llegaría a ser como ellos. No eran como él. Sabía lo que tenía que hacer. Buscó por el suelo algo con que hacer un pequeño bote. Tenía que estar en condiciones de navegar y ser lo suficientemente grande para la carga. Cuando encontró la vara perfecta, sacó la llave de la tienda, la colocó directamente en el centro y muy suavemente empujó el barco en su viaje de regreso a casa.
Mientras que el chico regresaba a la ciudad el tarareó una melodía. Conocía esta canción muy bien. Era una canción de victoria. A él le encantaba esa canción. La cantaba cada vez que necesitaba recordar quien era, de donde venía, y porque nunca sería como la gente de esa ciudad. Él era un chico del río. Un chico del bosque y el cielo azul. Él siempre sería el chico que había guiado a su mamá de la su casa cuando el fuego y bombas llegaron. Él era el chico que había tomado la mano de su papá mientras yacía moribundo. ¿Eso era lo que era, y quien podría pelear con un chico así?